valarezo
2009-05-19 23:01:53 UTC
Sábado, 16 de mayo, año 2009 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador – Iberoamérica
(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)
OH, SÍ ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESPÍRITU SANTO DE MIS DIEZ MANDAMIENTOS:
Si tan sólo hubieran estado atento a mis Diez Mandamientos, les decía
nuestro Padre celestial a la Casa de Israel, entonces su paz habría
sido como un río ancho y lleno de vida eterna para bendecir
grandemente sus vidas y de la humanidad entera, y su justicia
sobresaltaría como las olas del mar entre las naciones de toda la
tierra. Claramente, todo seria bendición para las familias de las
naciones, porque el mismo espíritu de paz y de justicia de nuestro
Padre celestial, por amor a su Jesucristo, saldría para bendecir
grandemente con amor y verdad al mundo entero, para que todo sea luz y
más no tinieblas, tinieblas por culpa de los que no le conocen a Él
aún tristemente.
Visto que, el no conocer al Padre celestial y a su Hijo amado en el
Espíritu Santo de su amor antiguo por Sus Mandamientos, en realidad,
es tiniebla en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña de todas las familias de las naciones de la tierra; y esto es
peligroso, por no decir maldición. Porque cuando la gente muere en
pecado, muere en maldición eterna, por no haber honrado en su corazón
al Hijo de Dios, para que así el Espíritu Santo de la Ley sea
enriquecido grandemente en su alma, como Dios manda, para gloria y
honra infinita de su nombre santo, entonces el mismo hombre se
convierte en pecado eterno infelizmente.
En la medida en que, para esto inicialmente nuestro Padre celestial
crea al hombre en su imagen y conforme a su semejanza celestial, para
enriquecer el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos en su vida y en
la vida de todos los suyos, en toda su creación celestial. Pero cuando
el hombre muere en el pecado, de no haber honrado el Espíritu Santo de
su Ley viviente, por medio de su Hijo Jesucristo, entonces sus
problemas y demás pecados no terminan con su muerte, sino que se
empeoran, es decir, que comienzan con mayor fuerza que antes para
jamás terminar en la eternidad; y esto es el tormento eterno.
Y el pecador y así también la pecadora morirán en sus pecados, si
Jesucristo no es el Hijo de Dios en sus corazones, porque el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos no podrá jamás ser glorificado
grandemente en sus vidas en la eternidad; porque sólo el Señor
Jesucristo puede glorificar grandemente el Espíritu de la Ley, dentro
y fuera del hombre. De otra manera, no hay posibilidad alguna para
glorificar, exaltar, honrar y enriquecer el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos no solamente en la vida del hombre, de la mujer, del niño
y de la niña de todas las familias de las naciones, sino también en la
tierra y en el paraíso.
Porque la verdad es que el pecado de Adán y Eva aún está en el
paraíso, y sólo Jesucristo lo puede borrar, es decir, si honramos y
enriquecemos nuestras vidas, por dentro y por fuera, con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, para que el pecado rebelde del paraíso
ya no nos aseche más, sino que muera para siempre. Ahora, sí en el
corazón del hombre hay tiniebla, por no conocer el Espíritu Santo de
amor y de justicia santa de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, por Sus Mandamientos eternos, entonces no hay bendición
posible en su vida ni en la vida de ningún hombre, mujer, niño o niña
en toda la familia, pueblo o nación.
Cuando la realidad siempre ha sido que nuestro Padre celestial ha
deseado bendecir al hombre con todas las fuerzas de su corazón santo,
con todas las fueras de su alma bendita, con todas las fuerzas de su
vida gloriosa y con todos los poderes y autoridades sobrenaturales de
su nombre muy santo, por amor a su Jesucristo, ¡el Santo de Israel!
Ahora, para que el corazón, el cuerpo y alma viviente del hombre y de
la mujer comiencen a recibir estas grandes bendiciones antiguas de
nuestro Padre celestial y de su fruto de vida eterna del árbol de la
vida, entonces tenemos que enriquecernos del Espíritu Santo de Sus
Diez Mandamientos; por eso, Jesucristo es importante en nuestras vidas
de cada día.
Francamente, sin el Señor Jesucristo en nuestro diario vivir por toda
la tierra, entonces el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no
podrá jamás ser enriquecido en nuestros corazones, en nuestros cuerpos
y almas vivientes, sino que viviremos por siempre, como Satanás y el
vaticano, burlándonos del Espíritu de la Ley divina, para maldición y
más tinieblas del mundo entero, por ejemplo. En realidad, en el día
que nuestro Padre celestial nos crea en sus manos con la ayuda idónea
de su Espíritu Santo, entonces nos creo con todas las fuerzas de su
amor santísimo, con todas las fueras de su alma gloriosa, con todas
las fuerzas de su vida santísima y sumamente feliz, en su imagen y
conforme a su semejanza celestial.
Y nos crea uno a uno como Él mismo, para que seamos exactamente como
su Hijo Jesucristo, lleno del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
sumamente honrados y perfectamente glorificados, para que no solamente
le sirvamos constantemente delante de su presencia santa, en su nombre
glorioso, sino también para que vivamos con Él infinitamente en la
eternidad de la felicidad celestial. Porque sólo el Hijo de David no
solamente escribió las primeras tablas de Los Diez Mandamientos con
sus propias manos heridas, sino que sólo él las puede glorificar
grandemente a cada hora de su vida gloriosa del cielo y también de su
vida milagrosa y sumamente intachable en todo Israel, para ponerle fin
al pecado de Adán y Eva.
Por esta razón, sólo el Espíritu bendito de nuestro Señor Jesucristo
nos puede dar constantemente y sin límite alguno todo el Espíritu
Santo, lleno de amor, gloria, maravillas, prodigios, milagros,
sanidades, riquezas, autoridades, alegrías y bendiciones sin fin, de
Los Diez Mandamientos totalmente glorificados en el paraíso y sobre
todo Israel, ¡gracias a su sangre infinitamente intachable y bendita!
Porque sólo la sangre bendita de nuestro Señor Jesucristo no solamente
fue derramada en las afueras del monte santo de Jerusalén, en Israel,
para fin del pecado y de todas las hostilidades del maligno en
nuestras vidas humanas, sino también en las afueras del reino
angelical, del paraíso y de La Nueva Jerusalén santa y bendita del
cielo.
Verdaderamente, sólo la sangre santificada de nuestro Señor Jesucristo
se derramo grandemente en las afueras del monte santo de Jerusalén,
sino también sobre el altar antiguo de nuestro Padre celestial en el
reino angelical, en el paraíso y en La Nueva Jerusalén grandiosa y
eterna del cielo; por ende, la sangre de nuestro Señor Jesucristo
reina fielmente para todos nosotros infinitamente. Es decir, que
ninguna de las sangres derramadas de los hombres y de los animales del
sacrificio temprano y tardío sobre de los altares de Israel jamás han
subido a la presencia santa de nuestro Padre celestial, para
derramarse también sobre su altar santísimo, como sólo la sangre de su
Hijo amado lo ha hecho, en su día y sin demora.
Y ésta sangre santísima del Gran Rey Mesías, derramada delante de
nuestro Padre celestial sobre su altar antiguo, no solamente cubre los
pecados de Adán y Eva, sino también de cada uno de todos nosotros, de
los que nacieron en el pasado, de los que hemos nacido en la presente
era, y de los que nacerán en las futuras generaciones venideras. Y
nuestro Padre celestial quiso que sea así no solamente con Adán y Eva
en el paraíso, al comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, sino también con todos nosotros, en nuestros millares, de
todas las familias de las naciones del mundo entero, comenzando con
Israel, como Dios manda, por supuesto.
Porque es la sangre del Gran Rey Mesías, la cual no solamente nos
limpia de todo pecado y tinieblas de Satanás, sino también que los
echa fuera y lejos de nosotros para siempre, para que nos presentemos
cada día y por siempre delante de su presencia santa como si jamás
hubiésemos pecado, ni mucho menos que hayamos nacido en él. Porque
todos los que nacen por voluntad humana y del vientre de la mujer,
entonces, por inicio, nacen bajo los poderes terribles del pecado y de
sus muchas maldiciones, para alejarnos de Dios y destruir nuestras
vidas en el fuego eterno del infierno—porque el Espíritu Santo de Los
Mandamientos no ha sido glorificado ni menos enriquecido en nuestras
vidas jamás.
Pero con la aceptación de la sangre bendita de nuestro Señor
Jesucristo en nuestras vidas de cada día, la cual no solamente vivió
en perfecta santidad en el cielo con los ángeles y en la tierra con
Israel, sino que también cumplió para glorificar grandemente el
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, algo que ni Moisés jamás pudo
lograrlo. Ahora, cuando nuestro Señor Jesucristo es aceptado,
incondicionalmente, sino sólo por el espíritu de fe en nuestro Padre
celestial y en nuestros corazones, entonces el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos entra a nuestras vidas inmediatamente, para quedarse
para siempre con cada uno de todos nosotros, para jamás volverse a ir
de su lugar eterno de nuestras almas vivientes.
Es decir, también, que cuando nuestro Señor Jesucristo entra en
nuestras vidas para tomar asiento en el trono de nuestros corazones y
de toda nuestra vida humana, entonces no solamente el Espíritu Santo
de la Ley entra en nuestras vidas, sino que también podemos oír su voz
para que nos guíe cada día hacia toda verdad terrenal y celestial.
Porque el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es el mismo Espíritu
de verdad, el cual nuestro Señor Jesucristo no sólo se lo prometió a
sus apóstoles y discípulos, como el Consolador que los guiaría día a
día a toda verdad siempre: sino que también se los dio a todos los que
creyeran en el, por su predicación y testimonios personales.
En otras palabras, el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no sólo
se lo dio a Moisés para que Israel lo recibiese como los mandatos,
decretos y preceptos eternos de una base santa e intachable, para
vivir una vida gloriosa y libre de Satanás y de sus mentiras de
siempre, sino mucho más que esto aún. Nuestro Padre celestial le dio
el Espíritu Santo de Los Mandamientos a Israel y a la humanidad
entera, para que comenzaran a conocer la misma vida santa y sin maldad
alguna del Rey Mesías, para que no sólo Israel sino también todos los
demás, oyeran la voz del Espíritu de Dios y de su Rey Mesías cada día
y para siempre.
Es decir, también que nuestro Padre celestial le dio el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos a Israel y así también a todas las naciones,
para que él les hablara cada día y cada noche de parte de Él y de su
Gran Rey Mesías, por su camino por el desierto, en Israel y hasta
siempre en la eternidad celestial. Ahora, si el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos no te está hablando, como Dios manda, entonces esto
simplemente significa que el Rey Mesías, nuestro Salvador Jesucristo,
no está sentado en el trono de tu corazón y de toda tu vida, para que
nuestro Padre celestial te bendiga rica y grandemente con sus
bendiciones sin fin, del cielo y la tierra.
Es decir, que si tus enemigos reinan en tu vida, como Satanás y sus
ángeles caídos y demás malvados mentirosos, porque el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos no te está hablando aún, como Dios manda,
entonces la muerte con sus maldiciones eternas reina, sin duda alguna,
no sólo en tu vida sino en la de los tuyos también, infelizmente. Pero
si el Gran Rey Mesías reina en tu vida, como el Hijo de David o como
el Señor Jesucristo, por ejemplo, el Santo de Israel, entonces la vida
eterna con todas sus ricas bendiciones reina grandemente en tu vida y
en la de los tuyos también, para gloria y honra del nombre muy santo
de nuestro Padre celestial.
Esto sólo podría significar en tu vida de cada día, que no solamente
la gracia y la misericordia infinita del amor santo de nuestro Padre
celestial, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo de Sus
Mandamientos infinitamente glorificados y cumplidos en tu vida te
seguirán paso a paso y hasta aun más allá de la eternidad, sino mucho
más aún. Esto significa que también nuestro Padre celestial con los
poderes y autoridades sobrenaturales de su nombre sanador y de su
Espíritu Santo de su Ley viviente, pues a cada hora te colmara y sin
cesar jamás de grandes milagros, maravillas y de prodigios sin fin del
cielo y de la tierra, sin duda alguna, para que seas rico
infinitamente en tu Dios.
Porque la promesa de nuestro Señor Jesucristo para con sus discípulos
fue, de que si él era levantado al cielo, entonces le rogaría a
nuestro Padre celestial para que nos enviara la promesa de su Espíritu
Santo, el Espíritu de la verdad— (el Espíritu de la verdad es el
cumplimiento perfecto del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos en
el hombre). Ya que, éste Espíritu de Dios es el mismo Espíritu Santo
de todas las fuerzas de la verdad, de todas las fuerzas de la justicia
y de todas las fuerzas de la salvación y de la vida gloriosa e
intachable de Los Diez Mandamientos, para bien de Israel y de las
naciones de la humanidad entera, sin duda alguna.
Es decir, que si el Señor Jesucristo está en nuestros corazones, pues
entonces también está el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificado en nuestro espíritu humano, y esto es para
empezar a oír seriamente su voz cada día de nuestras vidas terrenales
y de nuestras nuevas vidas celestiales, por ejemplo, de La Nueva
Jerusalén santa y amada del cielo. Porque la verdad es que el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos vive para hablarnos, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida, cada día de nuestras
vidas humanas por toda la tierra y de La Nueva Jerusalén santa y
bendita del cielo, por ejemplo.
Ahora, si el Espíritu Santo de la Ley no te habla, después de haberla
guardado fielmente por muchos años, pues entonces no sólo será porque
no solamente no está cumplida y honrada en tu vida, sino porque aún no
has comido del fruto de la vida, por lo tanto, no eres digno de
ninguna de sus bendiciones saludables a tu alma viviente. Porque el
Espíritu Santo de la Ley ha querido hablarle al hombre de toda la
tierra, comenzando con Israel, desde el mismo día que fue tocada por
las manos de Moisés: pero como el espíritu humano del hombre es
rebelde hacia Dios y hacia su Hijo Jesucristo, el Cordero Inmolado,
pues entonces no les puede hablar, como Dios manda.
No es que no desee hablarles o bendecirlos con sus muchas y ricas
bendiciones del cielo y de la tierra, por los poderes sobrenaturales
de sus palabras y significados sagrados, sino porque el espíritu
humano del hombre es tan rebelde como Adán y Eva en sus días en contra
del fruto de vida eterna del paraíso, por ejemplo. Pero si el hombre
cambia su conducta hacia su Dios y su Rey Mesías, nuestro Señor
Jesucristo, entonces el Espíritu Santo se sentiría satisfecho con el
espíritu humano del hombre y de la mujer, para empezar a hablarles
libremente de todo lo que necesiten o tengan que saber, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida.
Porque la verdad es que el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
desea hablarle a cada hora del día y de la noche al hombre, a la
mujer, al niño y a la niña de todas las familias de las naciones de la
tierra, pero sólo por medio de la vida santísima de su Hijo amado,
¡nuestro Salvador Jesucristo! Dado que, sólo él puede impartirle al
hombre y a todo su espíritu humano no solamente todo el perdón eterno
de sus pecados de parte de nuestro Padre celestial, sino también todo
su amor, lleno de toda verdad, de toda justicia y de toda santidad
inmortal, como la misma santidad de nuestro Señor Jesucristo y de sus
millares de ángeles del cielo.
Y ésta santidad angelical de nuestro Rey Mesías es la que está
infinitamente llena de toda perfección, de toda sabiduría, poder e
inteligencia, además de muchas cosas más gloriosas y grandiosas, como
las que bendicen grandemente la vida del hombre con milagros y con
maravillas sin fin de cada día, no sólo en Israel sino también en las
naciones del mundo entero. Porque nuestro Señor Jesucristo fue clavado
sobre los palos secos de Adán y Eva, los primeros gentiles de la
humanidad entera, para no solamente recibir la sangre del perdón y de
la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo, el árbol de la vida, sino
porque ésta era la única manera que podían ser redimidos para Dios una
vez más para la eternidad.
En otras palabras, Adán y Eva, una vez que rechazaron el fruto de la
vida al comer del fruto prohibido en el paraíso, entonces ya no podían
retractarse de lo que habían hecho; ellos ya no podían volver a tener
la oportunidad de recibir al Señor Jesucristo en sus vidas, es decir,
que no podían confesar a Jesucristo con sus labios. En el paraíso, una
vez que se rechaza al Señor Jesucristo, entonces ya no tienen una
segunda oportunidad para retractarse de su error o rebelión, para
recibir al Señor Jesucristo; este pecado es como el pecado
imperdonable hecho en contra del Espíritu Santo de Dios, por ejemplo.
Es más, esto fue lo que le sucedió a los ángeles caídos en sus vidas
celestiales, comenzando con Lucifer, por ejemplo, una vez que
rechazaron al Señor Jesucristo como su fruto de vida eterna, entonces
ya no tienen una segunda oportunidad para honrar al Señor Jesucristo,
como el Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, delante de
nuestro Padre celestial. Por esta razón, una vez que Adán y Eva
pecaron, entonces tuvieron que no solamente salir del paraíso, porque
comenzaron a pecar y morir, sino que descendieron a vivir el resto de
sus días en la tierra con sus hijos e hijas, para vivir la crueldad y
la maldad del pecado, del pecado de no tener a Jesucristo en sus
vidas.
Pero aunque Adán y Eva pecaron, así mismo como los ángeles caídos, por
ejemplo, nuestro Padre celestial los ama tanto, que les dio una
oportunidad más para cumplir el Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos en sus vidas y en la vida de sus retoños, recibiendo a su
Hijo Jesucristo en sus corazones, con tan sólo invocar su nombre
santísimo. Adán y Eva, después de muertos por muchos años, tuvieron la
oportunidad una vez más, como en el paraíso, de comer del fruto del
árbol de la vida, Jesucristo: pero esta vez lo recibieron con espinas
sobre el Moriah con Abraham e Isaac y finalmente con clavos sobre el
monte santo en las afueras de Jerusalén, para fin del pecado.
Sólo así Adán y Eva pudieron no solamente recibir por fin el Espíritu
cumplido de la Ley divina, algo que tenían que hacer en el paraíso
inicialmente, con sólo comer del fruto del árbol de la vida, sino que
fue clavado a sus pies y a sus manos la única verdad celestial de Dios
y de su Hijo Jesucristo, para la eternidad. Así pues, cada hombre,
mujer, niño y niña de todas las naciones de toda la tierra, comenzando
con Israel, tenia que recibir con clavos “la verdad infinita” de
nuestro Padre celestial y de su Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, ¡nuestro Señor Jesucristo!
Mejor dicho, para que el Espíritu Santo de la Ley viva, infinitamente
cumplido en la vida del hombre, al no poder honrarla y cumplirla
justamente para gloriarla grandemente delante de nuestro Padre
celestial, pues la solución simplemente era clavarla en su corazón, en
su cuerpo, en su alma y en su espíritu humano con clavos de la vida
misma de Jesucristo. De otra manera, no solamente el Espíritu Santo de
la Ley de Dios jamás podía cumplirse ni menos honrarse en sus vidas,
sino que no habría jamás amor, ni verdad, ni justicia, ni santidad, ni
perfección, ni mucho menos vida de felicidad y de paz alguna en Adán
ni en ninguno de los suyos para siempre, en toda la tierra.
Seriamente, sin nuestro Jesucristo viviendo en nuestros corazones con
su sangre resucitada en el tercer día y sumamente santificada en los
poderes sobrenaturales del Espíritu Santo de la Ley cumplido, entonces
no solamente no podemos volver a nacer para la vida angelical, sino
que jamás podremos ser hijos de Dios, ni tampoco regresar al paraíso
ni entrar a la Jerusalén celestial. Es decir, que para nuestro Padre
celestial y así también para sus ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres seráficos, sin Jesucristo viviendo en
nuestros corazones y vidas terrenales, no solamente no hemos cumplido,
ni menos glorificado, el Espíritu Santo de la Ley divina, sino que la
seguimos maltratando como Satanás y como el vaticano siempre lo han
hecho, por ejemplo.
Y nuestro Padre celestial no desea ver al Espíritu Santísimo de Sus
Diez Mandamientos sufrir el maltrato y deshonra de Satanás y de los
malvados de la historia religiosa de las naciones del mundo, sino todo
lo contrario; nuestro Padre celestial desea ver las tablas de Sus
Mandamientos escritas en nuestros corazones con la misma vida
intachable de su Jesucristo únicamente. Para que entonces su Espíritu
Santo de su Ley viviente no solamente nos hable, como él sólo lo sabe
hacer al corazón y alma viviente del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña de todas las familias de las naciones, sino que también nos
llene de sus muchas y gloriosas bendiciones sin fin de cada día.
Oh, si únicamente atendieras al Espíritu Santo de Mis Diez
Mandamientos, le decía nuestro Padre celestial a los hebreos antiguos,
entonces tu paz correría como un río caudaloso, lleno de vida eterna
para la humanidad entera, y tu justicia entre las naciones seria tan
viva como las olas del mar para hacer sobresaltar el amor y la verdad
celestial para siempre. Nuestro Padre celestial tenía en su corazón
santo y en su mente gloriosa: glorificar grandemente el Espíritu Santo
no solamente de Sus Diez Mandamientos, sino también a quien los
cumpliría grandiosamente para glorificarlos no solamente en su vida
mesiánica en todo Israel para siempre para salud y para vida eterna,
sino también en el espíritu humano de todas las naciones.
(En verdad, nuestro Padre celestial planeaba hacer grandezas en Israel
y sobre las naciones de toda la tierra, pero Israel tenia su corazón
en otras cosas y más no en el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
para cumplirlos y honrarlos cabalmente en su vidas, obedeciendo así al
Ángel del SEÑOR de todos los tiempos, ¡el Gran Rey Mesías celestial!
Porque el Gran Rey Mesías siempre estuvo con ellos, así como el
Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, pero sin jamás hacerle
caso en todas las cosas que nuestro Padre celestial les enseñaba con
sus milagros y maravillas sobrenaturales, para que le obedecieran y le
siguieran día a día fielmente hasta entrar a la vida eterna del cielo.
Hoy, nuestro Padre celestial sigue buscando de Israel, lo mismo de
siempre, que el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos sea
infinitamente honrado y por fin glorificado en sus corazones, pero
únicamente con la sangre del pacto eterno (la cual se derramo en su
día sobre su altar celestial, desde la cima santa, en las afueras de
Jerusalén, para todas las naciones).
En la medida en que, el obedecer al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, en sí, es mayor que todos los sacrificios juntos y de
sus sangres derramadas por tierra, de los cuales todo Israel emprendió
desde su inicio delante de nuestro Padre celestial y de su Gran Rey
Mesías, ¡nuestro Salvador Jesucristo! Por lo tanto, el corazón del
hombre que obedezca a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
entonces está obedeciendo fielmente al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, para que sea glorificado grandemente en su vida y en la
de los suyos también cada día por la tierra y así también para la
nueva eternidad venidera.
O también podríamos decir, de que todo aquel que obedece fielmente en
su corazón al Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos de nuestro Padre
celestial, en verdad, tiene al Gran Rey Mesías viviendo ya en su vida
de cada día, para honrar y complacer por siempre a la voluntad santa
de su Hacedor y Fundador de su vida, ¡nuestro Padre celestial! Porque
nuestro Padre celestial jamás dará por inocente a todo aquel que no
acepte en su corazón a su Hijo amado, el Hijo de David, no sólo para
cumplir su voluntad santa y gloriosa de la vida eterna de su Ley
intachable de La Nueva Jerusalén santa e infinitamente honrada del
cielo, sino que no podrá ser llamado su hijo jamás.
Entonces todo aquel que no se convierte en su hijo al aceptar a su
Jesucristo en su corazón, como su único y suficiente salvador, pues,
no solamente no podrá volver a nacer jamás del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos, sino que su nombre será borrado del libro de la
vida (es decir, sí es que está escrito en él aún). Porque la verdad es
que todo aquel que nace en la tierra, nace con su nombre escrito en el
libro de la vida del cielo; podemos recordar que nuestro Señor
Jesucristo les dijo a sus apóstoles, por ejemplo: Dejen que los niños
vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.
Sin embargo, si no aceptan al Señor Jesucristo como su Salvador
personal de sus almas vivientes, por una razón u otra, entonces sus
nombres son borrados del libro del cielo, por su culpa, por su pecado,
de no tener el Espíritu Santo de Los Mandamientos glorificados y
cumplidos en sus vidas, por medio de la vida mesiánica de Jesucristo.
Porque sólo los que aman a nuestro Padre celestial y a su Espíritu
Santo de Sus Diez Mandamientos, por medio del pacto eterno del
espíritu de la sangre y de la vida gloriosa y santísima del Hijo de
David, podrá mantener su nombre escrito en el libro de la vida.
De otra manera, sin el Señor Jesucristo viviendo en su corazón, como
Dios manda, no podrá retener su nombre en el libro de la vida, sino
que será borrado; porque su nombre ahora está perdido entre las llamas
eternas del fuego eterno del infierno, por haber deshonrado en su vida
al dador de la vida eterna, ¡nuestro Señor Jesucristo! Por eso,
siempre es bueno invocar el nombre bendito de nuestro Señor Jesucristo
cada día de nuestras vidas por toda la tierra, para que nuestro Padre
celestial junto con su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos y sus
huestes angelicales en el reino celestial se sientan profundamente
complacidos con cada uno de nosotros, para que sus bendiciones se
cumplan sin demora.
Puesto que, nuestro Padre celestial crea inicialmente a su Nueva
Jerusalén santa y gloriosa del cielo, para que viva con Él todo
hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones redimidas, pero
siempre llenos del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
infinitamente cumplidos en la vida gloriosa de su Hijo Jesucristo en
Israel, para bien eterno de toda la tierra. Porque la tierra tiene que
ser bendecida grandemente con nuevos cielos y con nueva vida eternal
por nuestro Padre celestial y por el Espíritu cumplido de Sus
Mandamientos, pero sólo si el hombre y la mujer honran en sus vidas al
Señor Jesucristo, como su único y suficiente salvador de sus almas
vivientes; si no, no hay bendición para la tierra jamás.
Por ello, la predicación santa de cada día de los profetas de la
antigüedad y de los hijos e hijas de Dios de hoy en día, por ejemplo,
por toda la tierra, tiene que continuar, para que las gentes sean
perdonadas y sanadas de sus pecados y de los ángeles caídos que atacan
continuamente sus vidas, sin misericordia ni tregua alguna. Porque
cuando los ángeles caídos atacan al hombre y a la mujer de toda la
tierra, en verdad, están atacando al Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, para que jamás sea honrado, ni menos exaltado en sus
vidas, por los poderes sobrenaturales de su árbol de la vida, ¡nuestro
Salvador Jesucristo!
Pero cuando nuestro Señor Jesucristo es recibido en el corazón del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña de toda la tierra, entonces
el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es infinitamente honrado y
glorificado grandemente en sus vidas; por tanto, esto alegra
grandemente a nuestro Padre celestial y a sus huestes angelicales en
el cielo. Porque siempre nuestro Padre celestial ha manifestado desde
el cielo su gratitud hacia su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
señalándolo a través del cielo azul de Israel, para decirle al mundo
entero de naciones: Éste es mi Hijo amado en quien tengo
complacencia.
Sólo a él oigan y hagan por siempre todo lo que les ordene hacer, para
bendición de sus vidas y para gloria y honra de mi nombre santo, el
cual le di para bendecir a Israel y a las naciones en la tierra y en
la eternidad venidera para siempre, del nuevo reino venidero. En
verdad, desde el día que Moisés recibió las primeras tablas de Los
Diez Mandamientos, nuestro Padre celestial por vez primera vuelve a
darnos su voz desde el cielo azul de Israel, para hablarnos con su
corazón lleno de gozo y gran felicidad, porque el Espíritu Santo de su
Ley viviente ha sido honrado al fin en todo Israel.
Y esta vez nuestro Padre celestial nos habla desde lo alto del monte,
para decirle a sus siervos antiguos como Moisés, Elías, Juan, Pedro y
en fin a todos sus discípulos y las familias de todas las naciones, de
que por fin se sentía complacido con su espíritu humano, gracias a su
Jesucristo, el único cumplidor posible de la Ley divina. Hoy en día,
cuando nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, entonces es
porque el hombre y la mujer de la tierra están honrado el espíritu de
la sangre y de la vida gloriosa de su Hijo amado en sus corazones,
quien, sin escatimar su propia vida santísima, ha honrado y exaltado
grandemente el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos.
Y si nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, por nuestras
buenas acciones y fe, en el nombre bendito de su Hijo Jesucristo,
entonces su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos nos concederá,
enseguida, cada una de sus asombrosas bendiciones de milagros y
maravillas cada día, para sanar nuestras vidas y nuestras tierras
también, escapándose por milagro de todo peligro. Por eso, es bueno
tener al Señor Jesucristo en nuestros corazones por amor a la tierra,
para que Sus Mandamientos no solamente sean cumplidos en nuestras
vidas, sino también glorificados grandemente, para que nuestro Padre
celestial esté alegre en el cielo con sus ángeles y así nos envié más
de sus ricas bendiciones, para enriquecer nuestras vidas y la tierra
también.
(Hoy, si deseas complacer grandemente en tu corazón y en toda tu vida
también a nuestro Padre celestial que está arriba, entonces tienes que
hacer lo que es su voluntad más santa para ti, y esto es de recibir en
tu corazón, antes hoy que mañana, a su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, como tu único y suficiente salvador.) Porque el recibir al
Señor Jesucristo en tu corazón, cumples con la voluntad perfecta del
la Ley viviente, para llenar tu vida de cada una de sus muchas y ricas
bendiciones eternas, de milagros y de maravillas, para no solamente
enriquecer tu vida sino también la de los tuyos y de tus amistades, en
todos los lugares de toda la tierra.
Y sólo así finalmente nuestro Padre celestial ha abierto desde ya, una
era totalmente nueva de vida y de salud eterna para Israel y para la
humanidad entera, de todos ellos que lo aman a él en el espíritu y en
la verdad celestial del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
cumplidos, el Hijo de David, ¡nuestro único Salvador Jesucristo! En la
medida en que, fuera de Jesucristo, el Espíritu Santo no tiene a otro
Rey Mesías ni salvador para nuestras vidas, en esta vida ni en la
venidera tampoco, eternamente y para siempre, del paraíso, de la
tierra y de la nueva vida eterna de La Nueva Jerusalén santa y colosal
del cielo.
En realidad, ha sido sólo nuestro Señor Jesucristo, como el Hijo de
David, quien realmente ha entrado y salido del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos para ponerle fin al pecado y así por fin darnos
bendiciones, salud y todas las riquezas de la vida eterna, en la
tierra y en el paraíso y para siempre en la eternidad venidera. Por
esta razón, nuestro Padre celestial llama inicialmente a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo: porque
sólo él no solamente escribe con el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos nuestra salvación y nuestra justificación delante de
nuestro Padre celestial, sino que también sólo él puede seguir
glorificándolo progresivamente en nuestros corazones para siempre.
Y esto es de glorificarlo grandemente en la vida de los ángeles,
arcángeles, serafines, querubines y demás seres muy santos del cielo,
por ejemplo, y así también de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, para que las mentiras de Satanás mueran para
siempre, en el paraíso y así también en todas las naciones de la
tierra. Porque nuestro Señor Jesucristo no sólo nació del vientre
virgen de una de las hijas de David, por los poderes sobrenaturales
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos para fin del pecado y
salvación de Israel y de la humanidad entera, sino también para
purificar los lugares celestiales; porque sólo Jesucristo puede
limpiar el cielo y la tierra de todo pecado.
Además, nuestro Señor Jesucristo es todopoderoso en el cielo y en la
tierra en contra de todo pecado, de toda mentira, de toda maldad, de
toda infamia, de toda calumnia de Satanás y de sus ángeles caídos en
el corazón rebelde de todos los malvados, de toda la tierra; sólo
nuestro Señor Jesucristo nos limpia diariamente, de las maldades
infernales. De otra manera, nuestro Padre celestial no solamente jamás
podría ponerle fin al pecado en el reino de los cielos, en el paraíso,
en la tierra y hasta en el mismo infierno y en el lago de fuego, por
ejemplo, sino que tampoco jamás podría realizar su sueño de una nueva
Jerusalén angelical, llena de vida eterna para la humanidad entera.
Fue por esta razón que nuestro Padre celestial inicialmente escogió la
tierra prometida de Israel, para no solamente cumplir con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, sino también para ponerle fin al
pecado no solamente de Adán y Eva, sino también de cada uno de sus
hijos e hijas, en sus millares, de todas las familias de las naciones
de toda la tierra. Y así nuestro Padre celestial podría empezar a
bendecir no solamente cada hombre, mujer, niño y niña de la Casa de
Israel de todos los tiempos, sino también a cada una de las familias
de las naciones con el espíritu de paz y verdad que emanan del
Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos grandemente glorificados en el
árbol de la vida.
Y éste árbol de la vida, no solamente es del paraíso originalmente,
sino también de Israel y de La Nueva Jerusalén santa y gloriosa del
cielo, en donde todo es paz, amor, verdad y justicia eterna para los
que aman a Dios, en el espíritu y en la verdad gloriosa de la vida
santísima y sumamente glorificada de su Hijo Jesucristo. Además, el
único lugar en donde Satanás jamás ha pisado, ni mucho menos sus
mentiras han tocado su vida santa y sumamente gloriosa, como toco la
vida del reino angelical, el paraíso y la tierra del hombre: en
verdad, ha sido únicamente La Nueva Jerusalén santa y perfecta del
cielo; y, presentemente, nuestro Padre celestial desea mantenerla así,
para la eternidad.
Por eso, nuestro Padre celestial no solamente llama a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, el
Espíritu Santo de la perfecta vida eterna de La Nueva Jerusalén
celestial, sino que también llama a cada uno de sus retoños, como tú y
yo hoy en día, para que ascendamos al cielo desde hoy. Pero esta vez
tenemos que regresar a nuestras verdaderas vidas del paraíso llenos
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, infinitamente
glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo, el único árbol de
la vida de esta nueva vida santa y eterna del nuevo reino sempiterno
de nuestro Padre celestial, su Espíritu Santo, sus ángeles y su
humanidad entera.
De otra manera, sin el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo,
entonces nadie podrá jamás entrar a la vida santa y sumamente gloriosa
de La Nueva Jerusalén celestial, libre de toda mentira, prometida
inicialmente a Abraham y a sus descendientes de naciones sin fin de
toda la tierra, comenzando con Israel, por supuesto. Por esta razón,
el Espíritu Santo siempre les manifestó a los siervos de nuestro Padre
celestial que nadie impuro podría jamás no solamente presentarse
delante su presencia santa en la tierra o en el paraíso, sino que
tampoco podría entrar a La Nueva Jerusalén gloriosa del cielo; ésta es
una tierra infinitamente sagrada, jamás conocida ni menos tocada por
Satanás.
De un modo u otro, nada sucio jamás entrara en esta ciudad celestial
de nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida eterna para
siempre, sólo los que aman a nuestro Padre celestial en el Espíritu
Santo de Sus Diez Mandatos gloriosos, infinitamente honrados y
exaltados en la vida bendita de su Hijo amado, ¡nuestro Señor
Jesucristo! Es más, en ésta ciudad celestial del más allá, Satanás
desearía entrar en ella y así también cada uno de sus ángeles caídos y
hasta los malvados y mentirosos de siempre de toda la tierra, pero no
podrá entrar en ella jamás; porque nada sucio la podrá tocar, ni menos
contaminar, para siempre.
Es decir, que Satanás ni ninguna de sus mentiras jamás ha entrado en
ella, desde el día de su creación, millones de años atrás, y hasta
nuestros días: no obstante, sólo los que aman a nuestro Padre
celestial, por medio de su Hijo amado, entraran en ella por fin, para
encontrarse con su verdadera vida celestial, por vez primera. Por eso,
nuestro Padre celestial desea que comamos y bebamos de su fruto de
vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, para que nuestra carne ya no
sea la carne rebelde a Jesucristo de Adán y Eva, y que bebamos siempre
de la sangre bendita de la copa de vida eterna también, porque es
verdadera bebida para no tener sed jamás.
Y, además, para que nuestra vida, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu de vida y de salud eterna de su sangre viviente, ya no sea la
de Satanás en la que nacimos en el mundo, sino la de su Hijo
Jesucristo, el árbol vivo de Los Diez Mandamientos infinitamente
glorificados, en la que volvimos a nacer—pero esta vez—en el paraíso.
Porque así como nuestro Señor Jesucristo tuvo que nacer como el Rey
Mesías, o el Hijo de David, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos del vientre virgen de la hija
de David; así pues también cada uno de nosotros.
Y esto es comenzando con Adán y Eva clavados con el cuerpo santísimo
del Cordero Escogido de Dios sobre los palos antiguos sobre la cima de
la roca eterna, en las fueras de Jerusalén, para volver a nacer aún
muertos ya por muchos años atrás: pero esta vez renacieron sólo por
los poderes sobrenaturales del Espíritu cumplido de la Ley viviente. Y
ésta es una vida sumamente gloriosa y, a la vez, llena del Espíritu
Santo del cumplimiento honrado y sumamente glorificado de Los Diez
Mandamientos en la vida santísima de nuestro Señor Jesucristo y así
también de Adán y de cada uno de sus retoños, comenzando con Eva, su
esposa, por ejemplo, para vivir por fin la grandiosa vida eterna del
cielo.
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su Jesucristo
es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y
honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el
cielo, también, para siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche,
(Deuteronomio 27: 15-26):
“‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de
fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley
perfecta de nuestro Padre celestial), y la tenga en un lugar secreto!’
Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y
todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su
prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo
dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de
la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque
descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo
el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija
de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá:
‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su
semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa
alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por
obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad
perfecta del Padre celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto
tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine,
cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos
con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre
las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a
la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está
aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en
Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los
males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible
de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en
la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo
reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en
día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus
ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada
palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición
terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada
majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con
todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y
de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las
naciones!
SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”.
SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios,
porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”.
CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será
sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el
forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová
hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y
lo santificó”.
QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”.
SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”.
SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”.
OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”.
NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo”.
DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin más demora alguna, por amor a la Ley santa de
Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú
no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los
tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días
de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy.
Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que
sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada
una de sus muchas familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu
reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos
metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”.
Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.
Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL
SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de una
nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El
ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en
un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema
autoridad. Habla de Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de
Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su
palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en
gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata
a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con
frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para
que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es
la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan
tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y
de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa
de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra:
imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que
respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso!
Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de
todo corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor
al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y
como siempre, para la eternidad.
http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp?playertype=wm%20%20///
http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx
http://radioalerta.com
Guayaquil, Ecuador – Iberoamérica
(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)
OH, SÍ ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESPÍRITU SANTO DE MIS DIEZ MANDAMIENTOS:
Si tan sólo hubieran estado atento a mis Diez Mandamientos, les decía
nuestro Padre celestial a la Casa de Israel, entonces su paz habría
sido como un río ancho y lleno de vida eterna para bendecir
grandemente sus vidas y de la humanidad entera, y su justicia
sobresaltaría como las olas del mar entre las naciones de toda la
tierra. Claramente, todo seria bendición para las familias de las
naciones, porque el mismo espíritu de paz y de justicia de nuestro
Padre celestial, por amor a su Jesucristo, saldría para bendecir
grandemente con amor y verdad al mundo entero, para que todo sea luz y
más no tinieblas, tinieblas por culpa de los que no le conocen a Él
aún tristemente.
Visto que, el no conocer al Padre celestial y a su Hijo amado en el
Espíritu Santo de su amor antiguo por Sus Mandamientos, en realidad,
es tiniebla en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña de todas las familias de las naciones de la tierra; y esto es
peligroso, por no decir maldición. Porque cuando la gente muere en
pecado, muere en maldición eterna, por no haber honrado en su corazón
al Hijo de Dios, para que así el Espíritu Santo de la Ley sea
enriquecido grandemente en su alma, como Dios manda, para gloria y
honra infinita de su nombre santo, entonces el mismo hombre se
convierte en pecado eterno infelizmente.
En la medida en que, para esto inicialmente nuestro Padre celestial
crea al hombre en su imagen y conforme a su semejanza celestial, para
enriquecer el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos en su vida y en
la vida de todos los suyos, en toda su creación celestial. Pero cuando
el hombre muere en el pecado, de no haber honrado el Espíritu Santo de
su Ley viviente, por medio de su Hijo Jesucristo, entonces sus
problemas y demás pecados no terminan con su muerte, sino que se
empeoran, es decir, que comienzan con mayor fuerza que antes para
jamás terminar en la eternidad; y esto es el tormento eterno.
Y el pecador y así también la pecadora morirán en sus pecados, si
Jesucristo no es el Hijo de Dios en sus corazones, porque el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos no podrá jamás ser glorificado
grandemente en sus vidas en la eternidad; porque sólo el Señor
Jesucristo puede glorificar grandemente el Espíritu de la Ley, dentro
y fuera del hombre. De otra manera, no hay posibilidad alguna para
glorificar, exaltar, honrar y enriquecer el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos no solamente en la vida del hombre, de la mujer, del niño
y de la niña de todas las familias de las naciones, sino también en la
tierra y en el paraíso.
Porque la verdad es que el pecado de Adán y Eva aún está en el
paraíso, y sólo Jesucristo lo puede borrar, es decir, si honramos y
enriquecemos nuestras vidas, por dentro y por fuera, con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, para que el pecado rebelde del paraíso
ya no nos aseche más, sino que muera para siempre. Ahora, sí en el
corazón del hombre hay tiniebla, por no conocer el Espíritu Santo de
amor y de justicia santa de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, por Sus Mandamientos eternos, entonces no hay bendición
posible en su vida ni en la vida de ningún hombre, mujer, niño o niña
en toda la familia, pueblo o nación.
Cuando la realidad siempre ha sido que nuestro Padre celestial ha
deseado bendecir al hombre con todas las fuerzas de su corazón santo,
con todas las fueras de su alma bendita, con todas las fuerzas de su
vida gloriosa y con todos los poderes y autoridades sobrenaturales de
su nombre muy santo, por amor a su Jesucristo, ¡el Santo de Israel!
Ahora, para que el corazón, el cuerpo y alma viviente del hombre y de
la mujer comiencen a recibir estas grandes bendiciones antiguas de
nuestro Padre celestial y de su fruto de vida eterna del árbol de la
vida, entonces tenemos que enriquecernos del Espíritu Santo de Sus
Diez Mandamientos; por eso, Jesucristo es importante en nuestras vidas
de cada día.
Francamente, sin el Señor Jesucristo en nuestro diario vivir por toda
la tierra, entonces el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no
podrá jamás ser enriquecido en nuestros corazones, en nuestros cuerpos
y almas vivientes, sino que viviremos por siempre, como Satanás y el
vaticano, burlándonos del Espíritu de la Ley divina, para maldición y
más tinieblas del mundo entero, por ejemplo. En realidad, en el día
que nuestro Padre celestial nos crea en sus manos con la ayuda idónea
de su Espíritu Santo, entonces nos creo con todas las fuerzas de su
amor santísimo, con todas las fueras de su alma gloriosa, con todas
las fuerzas de su vida santísima y sumamente feliz, en su imagen y
conforme a su semejanza celestial.
Y nos crea uno a uno como Él mismo, para que seamos exactamente como
su Hijo Jesucristo, lleno del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
sumamente honrados y perfectamente glorificados, para que no solamente
le sirvamos constantemente delante de su presencia santa, en su nombre
glorioso, sino también para que vivamos con Él infinitamente en la
eternidad de la felicidad celestial. Porque sólo el Hijo de David no
solamente escribió las primeras tablas de Los Diez Mandamientos con
sus propias manos heridas, sino que sólo él las puede glorificar
grandemente a cada hora de su vida gloriosa del cielo y también de su
vida milagrosa y sumamente intachable en todo Israel, para ponerle fin
al pecado de Adán y Eva.
Por esta razón, sólo el Espíritu bendito de nuestro Señor Jesucristo
nos puede dar constantemente y sin límite alguno todo el Espíritu
Santo, lleno de amor, gloria, maravillas, prodigios, milagros,
sanidades, riquezas, autoridades, alegrías y bendiciones sin fin, de
Los Diez Mandamientos totalmente glorificados en el paraíso y sobre
todo Israel, ¡gracias a su sangre infinitamente intachable y bendita!
Porque sólo la sangre bendita de nuestro Señor Jesucristo no solamente
fue derramada en las afueras del monte santo de Jerusalén, en Israel,
para fin del pecado y de todas las hostilidades del maligno en
nuestras vidas humanas, sino también en las afueras del reino
angelical, del paraíso y de La Nueva Jerusalén santa y bendita del
cielo.
Verdaderamente, sólo la sangre santificada de nuestro Señor Jesucristo
se derramo grandemente en las afueras del monte santo de Jerusalén,
sino también sobre el altar antiguo de nuestro Padre celestial en el
reino angelical, en el paraíso y en La Nueva Jerusalén grandiosa y
eterna del cielo; por ende, la sangre de nuestro Señor Jesucristo
reina fielmente para todos nosotros infinitamente. Es decir, que
ninguna de las sangres derramadas de los hombres y de los animales del
sacrificio temprano y tardío sobre de los altares de Israel jamás han
subido a la presencia santa de nuestro Padre celestial, para
derramarse también sobre su altar santísimo, como sólo la sangre de su
Hijo amado lo ha hecho, en su día y sin demora.
Y ésta sangre santísima del Gran Rey Mesías, derramada delante de
nuestro Padre celestial sobre su altar antiguo, no solamente cubre los
pecados de Adán y Eva, sino también de cada uno de todos nosotros, de
los que nacieron en el pasado, de los que hemos nacido en la presente
era, y de los que nacerán en las futuras generaciones venideras. Y
nuestro Padre celestial quiso que sea así no solamente con Adán y Eva
en el paraíso, al comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, sino también con todos nosotros, en nuestros millares, de
todas las familias de las naciones del mundo entero, comenzando con
Israel, como Dios manda, por supuesto.
Porque es la sangre del Gran Rey Mesías, la cual no solamente nos
limpia de todo pecado y tinieblas de Satanás, sino también que los
echa fuera y lejos de nosotros para siempre, para que nos presentemos
cada día y por siempre delante de su presencia santa como si jamás
hubiésemos pecado, ni mucho menos que hayamos nacido en él. Porque
todos los que nacen por voluntad humana y del vientre de la mujer,
entonces, por inicio, nacen bajo los poderes terribles del pecado y de
sus muchas maldiciones, para alejarnos de Dios y destruir nuestras
vidas en el fuego eterno del infierno—porque el Espíritu Santo de Los
Mandamientos no ha sido glorificado ni menos enriquecido en nuestras
vidas jamás.
Pero con la aceptación de la sangre bendita de nuestro Señor
Jesucristo en nuestras vidas de cada día, la cual no solamente vivió
en perfecta santidad en el cielo con los ángeles y en la tierra con
Israel, sino que también cumplió para glorificar grandemente el
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, algo que ni Moisés jamás pudo
lograrlo. Ahora, cuando nuestro Señor Jesucristo es aceptado,
incondicionalmente, sino sólo por el espíritu de fe en nuestro Padre
celestial y en nuestros corazones, entonces el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos entra a nuestras vidas inmediatamente, para quedarse
para siempre con cada uno de todos nosotros, para jamás volverse a ir
de su lugar eterno de nuestras almas vivientes.
Es decir, también, que cuando nuestro Señor Jesucristo entra en
nuestras vidas para tomar asiento en el trono de nuestros corazones y
de toda nuestra vida humana, entonces no solamente el Espíritu Santo
de la Ley entra en nuestras vidas, sino que también podemos oír su voz
para que nos guíe cada día hacia toda verdad terrenal y celestial.
Porque el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es el mismo Espíritu
de verdad, el cual nuestro Señor Jesucristo no sólo se lo prometió a
sus apóstoles y discípulos, como el Consolador que los guiaría día a
día a toda verdad siempre: sino que también se los dio a todos los que
creyeran en el, por su predicación y testimonios personales.
En otras palabras, el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos no sólo
se lo dio a Moisés para que Israel lo recibiese como los mandatos,
decretos y preceptos eternos de una base santa e intachable, para
vivir una vida gloriosa y libre de Satanás y de sus mentiras de
siempre, sino mucho más que esto aún. Nuestro Padre celestial le dio
el Espíritu Santo de Los Mandamientos a Israel y a la humanidad
entera, para que comenzaran a conocer la misma vida santa y sin maldad
alguna del Rey Mesías, para que no sólo Israel sino también todos los
demás, oyeran la voz del Espíritu de Dios y de su Rey Mesías cada día
y para siempre.
Es decir, también que nuestro Padre celestial le dio el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos a Israel y así también a todas las naciones,
para que él les hablara cada día y cada noche de parte de Él y de su
Gran Rey Mesías, por su camino por el desierto, en Israel y hasta
siempre en la eternidad celestial. Ahora, si el Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos no te está hablando, como Dios manda, entonces esto
simplemente significa que el Rey Mesías, nuestro Salvador Jesucristo,
no está sentado en el trono de tu corazón y de toda tu vida, para que
nuestro Padre celestial te bendiga rica y grandemente con sus
bendiciones sin fin, del cielo y la tierra.
Es decir, que si tus enemigos reinan en tu vida, como Satanás y sus
ángeles caídos y demás malvados mentirosos, porque el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos no te está hablando aún, como Dios manda,
entonces la muerte con sus maldiciones eternas reina, sin duda alguna,
no sólo en tu vida sino en la de los tuyos también, infelizmente. Pero
si el Gran Rey Mesías reina en tu vida, como el Hijo de David o como
el Señor Jesucristo, por ejemplo, el Santo de Israel, entonces la vida
eterna con todas sus ricas bendiciones reina grandemente en tu vida y
en la de los tuyos también, para gloria y honra del nombre muy santo
de nuestro Padre celestial.
Esto sólo podría significar en tu vida de cada día, que no solamente
la gracia y la misericordia infinita del amor santo de nuestro Padre
celestial, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo de Sus
Mandamientos infinitamente glorificados y cumplidos en tu vida te
seguirán paso a paso y hasta aun más allá de la eternidad, sino mucho
más aún. Esto significa que también nuestro Padre celestial con los
poderes y autoridades sobrenaturales de su nombre sanador y de su
Espíritu Santo de su Ley viviente, pues a cada hora te colmara y sin
cesar jamás de grandes milagros, maravillas y de prodigios sin fin del
cielo y de la tierra, sin duda alguna, para que seas rico
infinitamente en tu Dios.
Porque la promesa de nuestro Señor Jesucristo para con sus discípulos
fue, de que si él era levantado al cielo, entonces le rogaría a
nuestro Padre celestial para que nos enviara la promesa de su Espíritu
Santo, el Espíritu de la verdad— (el Espíritu de la verdad es el
cumplimiento perfecto del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos en
el hombre). Ya que, éste Espíritu de Dios es el mismo Espíritu Santo
de todas las fuerzas de la verdad, de todas las fuerzas de la justicia
y de todas las fuerzas de la salvación y de la vida gloriosa e
intachable de Los Diez Mandamientos, para bien de Israel y de las
naciones de la humanidad entera, sin duda alguna.
Es decir, que si el Señor Jesucristo está en nuestros corazones, pues
entonces también está el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificado en nuestro espíritu humano, y esto es para
empezar a oír seriamente su voz cada día de nuestras vidas terrenales
y de nuestras nuevas vidas celestiales, por ejemplo, de La Nueva
Jerusalén santa y amada del cielo. Porque la verdad es que el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos vive para hablarnos, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida, cada día de nuestras
vidas humanas por toda la tierra y de La Nueva Jerusalén santa y
bendita del cielo, por ejemplo.
Ahora, si el Espíritu Santo de la Ley no te habla, después de haberla
guardado fielmente por muchos años, pues entonces no sólo será porque
no solamente no está cumplida y honrada en tu vida, sino porque aún no
has comido del fruto de la vida, por lo tanto, no eres digno de
ninguna de sus bendiciones saludables a tu alma viviente. Porque el
Espíritu Santo de la Ley ha querido hablarle al hombre de toda la
tierra, comenzando con Israel, desde el mismo día que fue tocada por
las manos de Moisés: pero como el espíritu humano del hombre es
rebelde hacia Dios y hacia su Hijo Jesucristo, el Cordero Inmolado,
pues entonces no les puede hablar, como Dios manda.
No es que no desee hablarles o bendecirlos con sus muchas y ricas
bendiciones del cielo y de la tierra, por los poderes sobrenaturales
de sus palabras y significados sagrados, sino porque el espíritu
humano del hombre es tan rebelde como Adán y Eva en sus días en contra
del fruto de vida eterna del paraíso, por ejemplo. Pero si el hombre
cambia su conducta hacia su Dios y su Rey Mesías, nuestro Señor
Jesucristo, entonces el Espíritu Santo se sentiría satisfecho con el
espíritu humano del hombre y de la mujer, para empezar a hablarles
libremente de todo lo que necesiten o tengan que saber, de parte de
nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida.
Porque la verdad es que el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
desea hablarle a cada hora del día y de la noche al hombre, a la
mujer, al niño y a la niña de todas las familias de las naciones de la
tierra, pero sólo por medio de la vida santísima de su Hijo amado,
¡nuestro Salvador Jesucristo! Dado que, sólo él puede impartirle al
hombre y a todo su espíritu humano no solamente todo el perdón eterno
de sus pecados de parte de nuestro Padre celestial, sino también todo
su amor, lleno de toda verdad, de toda justicia y de toda santidad
inmortal, como la misma santidad de nuestro Señor Jesucristo y de sus
millares de ángeles del cielo.
Y ésta santidad angelical de nuestro Rey Mesías es la que está
infinitamente llena de toda perfección, de toda sabiduría, poder e
inteligencia, además de muchas cosas más gloriosas y grandiosas, como
las que bendicen grandemente la vida del hombre con milagros y con
maravillas sin fin de cada día, no sólo en Israel sino también en las
naciones del mundo entero. Porque nuestro Señor Jesucristo fue clavado
sobre los palos secos de Adán y Eva, los primeros gentiles de la
humanidad entera, para no solamente recibir la sangre del perdón y de
la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo, el árbol de la vida, sino
porque ésta era la única manera que podían ser redimidos para Dios una
vez más para la eternidad.
En otras palabras, Adán y Eva, una vez que rechazaron el fruto de la
vida al comer del fruto prohibido en el paraíso, entonces ya no podían
retractarse de lo que habían hecho; ellos ya no podían volver a tener
la oportunidad de recibir al Señor Jesucristo en sus vidas, es decir,
que no podían confesar a Jesucristo con sus labios. En el paraíso, una
vez que se rechaza al Señor Jesucristo, entonces ya no tienen una
segunda oportunidad para retractarse de su error o rebelión, para
recibir al Señor Jesucristo; este pecado es como el pecado
imperdonable hecho en contra del Espíritu Santo de Dios, por ejemplo.
Es más, esto fue lo que le sucedió a los ángeles caídos en sus vidas
celestiales, comenzando con Lucifer, por ejemplo, una vez que
rechazaron al Señor Jesucristo como su fruto de vida eterna, entonces
ya no tienen una segunda oportunidad para honrar al Señor Jesucristo,
como el Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, delante de
nuestro Padre celestial. Por esta razón, una vez que Adán y Eva
pecaron, entonces tuvieron que no solamente salir del paraíso, porque
comenzaron a pecar y morir, sino que descendieron a vivir el resto de
sus días en la tierra con sus hijos e hijas, para vivir la crueldad y
la maldad del pecado, del pecado de no tener a Jesucristo en sus
vidas.
Pero aunque Adán y Eva pecaron, así mismo como los ángeles caídos, por
ejemplo, nuestro Padre celestial los ama tanto, que les dio una
oportunidad más para cumplir el Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos en sus vidas y en la vida de sus retoños, recibiendo a su
Hijo Jesucristo en sus corazones, con tan sólo invocar su nombre
santísimo. Adán y Eva, después de muertos por muchos años, tuvieron la
oportunidad una vez más, como en el paraíso, de comer del fruto del
árbol de la vida, Jesucristo: pero esta vez lo recibieron con espinas
sobre el Moriah con Abraham e Isaac y finalmente con clavos sobre el
monte santo en las afueras de Jerusalén, para fin del pecado.
Sólo así Adán y Eva pudieron no solamente recibir por fin el Espíritu
cumplido de la Ley divina, algo que tenían que hacer en el paraíso
inicialmente, con sólo comer del fruto del árbol de la vida, sino que
fue clavado a sus pies y a sus manos la única verdad celestial de Dios
y de su Hijo Jesucristo, para la eternidad. Así pues, cada hombre,
mujer, niño y niña de todas las naciones de toda la tierra, comenzando
con Israel, tenia que recibir con clavos “la verdad infinita” de
nuestro Padre celestial y de su Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, ¡nuestro Señor Jesucristo!
Mejor dicho, para que el Espíritu Santo de la Ley viva, infinitamente
cumplido en la vida del hombre, al no poder honrarla y cumplirla
justamente para gloriarla grandemente delante de nuestro Padre
celestial, pues la solución simplemente era clavarla en su corazón, en
su cuerpo, en su alma y en su espíritu humano con clavos de la vida
misma de Jesucristo. De otra manera, no solamente el Espíritu Santo de
la Ley de Dios jamás podía cumplirse ni menos honrarse en sus vidas,
sino que no habría jamás amor, ni verdad, ni justicia, ni santidad, ni
perfección, ni mucho menos vida de felicidad y de paz alguna en Adán
ni en ninguno de los suyos para siempre, en toda la tierra.
Seriamente, sin nuestro Jesucristo viviendo en nuestros corazones con
su sangre resucitada en el tercer día y sumamente santificada en los
poderes sobrenaturales del Espíritu Santo de la Ley cumplido, entonces
no solamente no podemos volver a nacer para la vida angelical, sino
que jamás podremos ser hijos de Dios, ni tampoco regresar al paraíso
ni entrar a la Jerusalén celestial. Es decir, que para nuestro Padre
celestial y así también para sus ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres seráficos, sin Jesucristo viviendo en
nuestros corazones y vidas terrenales, no solamente no hemos cumplido,
ni menos glorificado, el Espíritu Santo de la Ley divina, sino que la
seguimos maltratando como Satanás y como el vaticano siempre lo han
hecho, por ejemplo.
Y nuestro Padre celestial no desea ver al Espíritu Santísimo de Sus
Diez Mandamientos sufrir el maltrato y deshonra de Satanás y de los
malvados de la historia religiosa de las naciones del mundo, sino todo
lo contrario; nuestro Padre celestial desea ver las tablas de Sus
Mandamientos escritas en nuestros corazones con la misma vida
intachable de su Jesucristo únicamente. Para que entonces su Espíritu
Santo de su Ley viviente no solamente nos hable, como él sólo lo sabe
hacer al corazón y alma viviente del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña de todas las familias de las naciones, sino que también nos
llene de sus muchas y gloriosas bendiciones sin fin de cada día.
Oh, si únicamente atendieras al Espíritu Santo de Mis Diez
Mandamientos, le decía nuestro Padre celestial a los hebreos antiguos,
entonces tu paz correría como un río caudaloso, lleno de vida eterna
para la humanidad entera, y tu justicia entre las naciones seria tan
viva como las olas del mar para hacer sobresaltar el amor y la verdad
celestial para siempre. Nuestro Padre celestial tenía en su corazón
santo y en su mente gloriosa: glorificar grandemente el Espíritu Santo
no solamente de Sus Diez Mandamientos, sino también a quien los
cumpliría grandiosamente para glorificarlos no solamente en su vida
mesiánica en todo Israel para siempre para salud y para vida eterna,
sino también en el espíritu humano de todas las naciones.
(En verdad, nuestro Padre celestial planeaba hacer grandezas en Israel
y sobre las naciones de toda la tierra, pero Israel tenia su corazón
en otras cosas y más no en el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
para cumplirlos y honrarlos cabalmente en su vidas, obedeciendo así al
Ángel del SEÑOR de todos los tiempos, ¡el Gran Rey Mesías celestial!
Porque el Gran Rey Mesías siempre estuvo con ellos, así como el
Espíritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, pero sin jamás hacerle
caso en todas las cosas que nuestro Padre celestial les enseñaba con
sus milagros y maravillas sobrenaturales, para que le obedecieran y le
siguieran día a día fielmente hasta entrar a la vida eterna del cielo.
Hoy, nuestro Padre celestial sigue buscando de Israel, lo mismo de
siempre, que el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos sea
infinitamente honrado y por fin glorificado en sus corazones, pero
únicamente con la sangre del pacto eterno (la cual se derramo en su
día sobre su altar celestial, desde la cima santa, en las afueras de
Jerusalén, para todas las naciones).
En la medida en que, el obedecer al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, en sí, es mayor que todos los sacrificios juntos y de
sus sangres derramadas por tierra, de los cuales todo Israel emprendió
desde su inicio delante de nuestro Padre celestial y de su Gran Rey
Mesías, ¡nuestro Salvador Jesucristo! Por lo tanto, el corazón del
hombre que obedezca a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
entonces está obedeciendo fielmente al Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, para que sea glorificado grandemente en su vida y en la
de los suyos también cada día por la tierra y así también para la
nueva eternidad venidera.
O también podríamos decir, de que todo aquel que obedece fielmente en
su corazón al Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos de nuestro Padre
celestial, en verdad, tiene al Gran Rey Mesías viviendo ya en su vida
de cada día, para honrar y complacer por siempre a la voluntad santa
de su Hacedor y Fundador de su vida, ¡nuestro Padre celestial! Porque
nuestro Padre celestial jamás dará por inocente a todo aquel que no
acepte en su corazón a su Hijo amado, el Hijo de David, no sólo para
cumplir su voluntad santa y gloriosa de la vida eterna de su Ley
intachable de La Nueva Jerusalén santa e infinitamente honrada del
cielo, sino que no podrá ser llamado su hijo jamás.
Entonces todo aquel que no se convierte en su hijo al aceptar a su
Jesucristo en su corazón, como su único y suficiente salvador, pues,
no solamente no podrá volver a nacer jamás del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos, sino que su nombre será borrado del libro de la
vida (es decir, sí es que está escrito en él aún). Porque la verdad es
que todo aquel que nace en la tierra, nace con su nombre escrito en el
libro de la vida del cielo; podemos recordar que nuestro Señor
Jesucristo les dijo a sus apóstoles, por ejemplo: Dejen que los niños
vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.
Sin embargo, si no aceptan al Señor Jesucristo como su Salvador
personal de sus almas vivientes, por una razón u otra, entonces sus
nombres son borrados del libro del cielo, por su culpa, por su pecado,
de no tener el Espíritu Santo de Los Mandamientos glorificados y
cumplidos en sus vidas, por medio de la vida mesiánica de Jesucristo.
Porque sólo los que aman a nuestro Padre celestial y a su Espíritu
Santo de Sus Diez Mandamientos, por medio del pacto eterno del
espíritu de la sangre y de la vida gloriosa y santísima del Hijo de
David, podrá mantener su nombre escrito en el libro de la vida.
De otra manera, sin el Señor Jesucristo viviendo en su corazón, como
Dios manda, no podrá retener su nombre en el libro de la vida, sino
que será borrado; porque su nombre ahora está perdido entre las llamas
eternas del fuego eterno del infierno, por haber deshonrado en su vida
al dador de la vida eterna, ¡nuestro Señor Jesucristo! Por eso,
siempre es bueno invocar el nombre bendito de nuestro Señor Jesucristo
cada día de nuestras vidas por toda la tierra, para que nuestro Padre
celestial junto con su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos y sus
huestes angelicales en el reino celestial se sientan profundamente
complacidos con cada uno de nosotros, para que sus bendiciones se
cumplan sin demora.
Puesto que, nuestro Padre celestial crea inicialmente a su Nueva
Jerusalén santa y gloriosa del cielo, para que viva con Él todo
hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones redimidas, pero
siempre llenos del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
infinitamente cumplidos en la vida gloriosa de su Hijo Jesucristo en
Israel, para bien eterno de toda la tierra. Porque la tierra tiene que
ser bendecida grandemente con nuevos cielos y con nueva vida eternal
por nuestro Padre celestial y por el Espíritu cumplido de Sus
Mandamientos, pero sólo si el hombre y la mujer honran en sus vidas al
Señor Jesucristo, como su único y suficiente salvador de sus almas
vivientes; si no, no hay bendición para la tierra jamás.
Por ello, la predicación santa de cada día de los profetas de la
antigüedad y de los hijos e hijas de Dios de hoy en día, por ejemplo,
por toda la tierra, tiene que continuar, para que las gentes sean
perdonadas y sanadas de sus pecados y de los ángeles caídos que atacan
continuamente sus vidas, sin misericordia ni tregua alguna. Porque
cuando los ángeles caídos atacan al hombre y a la mujer de toda la
tierra, en verdad, están atacando al Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, para que jamás sea honrado, ni menos exaltado en sus
vidas, por los poderes sobrenaturales de su árbol de la vida, ¡nuestro
Salvador Jesucristo!
Pero cuando nuestro Señor Jesucristo es recibido en el corazón del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña de toda la tierra, entonces
el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es infinitamente honrado y
glorificado grandemente en sus vidas; por tanto, esto alegra
grandemente a nuestro Padre celestial y a sus huestes angelicales en
el cielo. Porque siempre nuestro Padre celestial ha manifestado desde
el cielo su gratitud hacia su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
señalándolo a través del cielo azul de Israel, para decirle al mundo
entero de naciones: Éste es mi Hijo amado en quien tengo
complacencia.
Sólo a él oigan y hagan por siempre todo lo que les ordene hacer, para
bendición de sus vidas y para gloria y honra de mi nombre santo, el
cual le di para bendecir a Israel y a las naciones en la tierra y en
la eternidad venidera para siempre, del nuevo reino venidero. En
verdad, desde el día que Moisés recibió las primeras tablas de Los
Diez Mandamientos, nuestro Padre celestial por vez primera vuelve a
darnos su voz desde el cielo azul de Israel, para hablarnos con su
corazón lleno de gozo y gran felicidad, porque el Espíritu Santo de su
Ley viviente ha sido honrado al fin en todo Israel.
Y esta vez nuestro Padre celestial nos habla desde lo alto del monte,
para decirle a sus siervos antiguos como Moisés, Elías, Juan, Pedro y
en fin a todos sus discípulos y las familias de todas las naciones, de
que por fin se sentía complacido con su espíritu humano, gracias a su
Jesucristo, el único cumplidor posible de la Ley divina. Hoy en día,
cuando nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, entonces es
porque el hombre y la mujer de la tierra están honrado el espíritu de
la sangre y de la vida gloriosa de su Hijo amado en sus corazones,
quien, sin escatimar su propia vida santísima, ha honrado y exaltado
grandemente el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos.
Y si nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, por nuestras
buenas acciones y fe, en el nombre bendito de su Hijo Jesucristo,
entonces su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos nos concederá,
enseguida, cada una de sus asombrosas bendiciones de milagros y
maravillas cada día, para sanar nuestras vidas y nuestras tierras
también, escapándose por milagro de todo peligro. Por eso, es bueno
tener al Señor Jesucristo en nuestros corazones por amor a la tierra,
para que Sus Mandamientos no solamente sean cumplidos en nuestras
vidas, sino también glorificados grandemente, para que nuestro Padre
celestial esté alegre en el cielo con sus ángeles y así nos envié más
de sus ricas bendiciones, para enriquecer nuestras vidas y la tierra
también.
(Hoy, si deseas complacer grandemente en tu corazón y en toda tu vida
también a nuestro Padre celestial que está arriba, entonces tienes que
hacer lo que es su voluntad más santa para ti, y esto es de recibir en
tu corazón, antes hoy que mañana, a su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, como tu único y suficiente salvador.) Porque el recibir al
Señor Jesucristo en tu corazón, cumples con la voluntad perfecta del
la Ley viviente, para llenar tu vida de cada una de sus muchas y ricas
bendiciones eternas, de milagros y de maravillas, para no solamente
enriquecer tu vida sino también la de los tuyos y de tus amistades, en
todos los lugares de toda la tierra.
Y sólo así finalmente nuestro Padre celestial ha abierto desde ya, una
era totalmente nueva de vida y de salud eterna para Israel y para la
humanidad entera, de todos ellos que lo aman a él en el espíritu y en
la verdad celestial del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
cumplidos, el Hijo de David, ¡nuestro único Salvador Jesucristo! En la
medida en que, fuera de Jesucristo, el Espíritu Santo no tiene a otro
Rey Mesías ni salvador para nuestras vidas, en esta vida ni en la
venidera tampoco, eternamente y para siempre, del paraíso, de la
tierra y de la nueva vida eterna de La Nueva Jerusalén santa y colosal
del cielo.
En realidad, ha sido sólo nuestro Señor Jesucristo, como el Hijo de
David, quien realmente ha entrado y salido del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos para ponerle fin al pecado y así por fin darnos
bendiciones, salud y todas las riquezas de la vida eterna, en la
tierra y en el paraíso y para siempre en la eternidad venidera. Por
esta razón, nuestro Padre celestial llama inicialmente a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo: porque
sólo él no solamente escribe con el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos nuestra salvación y nuestra justificación delante de
nuestro Padre celestial, sino que también sólo él puede seguir
glorificándolo progresivamente en nuestros corazones para siempre.
Y esto es de glorificarlo grandemente en la vida de los ángeles,
arcángeles, serafines, querubines y demás seres muy santos del cielo,
por ejemplo, y así también de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, para que las mentiras de Satanás mueran para
siempre, en el paraíso y así también en todas las naciones de la
tierra. Porque nuestro Señor Jesucristo no sólo nació del vientre
virgen de una de las hijas de David, por los poderes sobrenaturales
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos para fin del pecado y
salvación de Israel y de la humanidad entera, sino también para
purificar los lugares celestiales; porque sólo Jesucristo puede
limpiar el cielo y la tierra de todo pecado.
Además, nuestro Señor Jesucristo es todopoderoso en el cielo y en la
tierra en contra de todo pecado, de toda mentira, de toda maldad, de
toda infamia, de toda calumnia de Satanás y de sus ángeles caídos en
el corazón rebelde de todos los malvados, de toda la tierra; sólo
nuestro Señor Jesucristo nos limpia diariamente, de las maldades
infernales. De otra manera, nuestro Padre celestial no solamente jamás
podría ponerle fin al pecado en el reino de los cielos, en el paraíso,
en la tierra y hasta en el mismo infierno y en el lago de fuego, por
ejemplo, sino que tampoco jamás podría realizar su sueño de una nueva
Jerusalén angelical, llena de vida eterna para la humanidad entera.
Fue por esta razón que nuestro Padre celestial inicialmente escogió la
tierra prometida de Israel, para no solamente cumplir con el Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, sino también para ponerle fin al
pecado no solamente de Adán y Eva, sino también de cada uno de sus
hijos e hijas, en sus millares, de todas las familias de las naciones
de toda la tierra. Y así nuestro Padre celestial podría empezar a
bendecir no solamente cada hombre, mujer, niño y niña de la Casa de
Israel de todos los tiempos, sino también a cada una de las familias
de las naciones con el espíritu de paz y verdad que emanan del
Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos grandemente glorificados en el
árbol de la vida.
Y éste árbol de la vida, no solamente es del paraíso originalmente,
sino también de Israel y de La Nueva Jerusalén santa y gloriosa del
cielo, en donde todo es paz, amor, verdad y justicia eterna para los
que aman a Dios, en el espíritu y en la verdad gloriosa de la vida
santísima y sumamente glorificada de su Hijo Jesucristo. Además, el
único lugar en donde Satanás jamás ha pisado, ni mucho menos sus
mentiras han tocado su vida santa y sumamente gloriosa, como toco la
vida del reino angelical, el paraíso y la tierra del hombre: en
verdad, ha sido únicamente La Nueva Jerusalén santa y perfecta del
cielo; y, presentemente, nuestro Padre celestial desea mantenerla así,
para la eternidad.
Por eso, nuestro Padre celestial no solamente llama a Adán y Eva a
comer del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, el
Espíritu Santo de la perfecta vida eterna de La Nueva Jerusalén
celestial, sino que también llama a cada uno de sus retoños, como tú y
yo hoy en día, para que ascendamos al cielo desde hoy. Pero esta vez
tenemos que regresar a nuestras verdaderas vidas del paraíso llenos
del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, infinitamente
glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo, el único árbol de
la vida de esta nueva vida santa y eterna del nuevo reino sempiterno
de nuestro Padre celestial, su Espíritu Santo, sus ángeles y su
humanidad entera.
De otra manera, sin el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente glorificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo,
entonces nadie podrá jamás entrar a la vida santa y sumamente gloriosa
de La Nueva Jerusalén celestial, libre de toda mentira, prometida
inicialmente a Abraham y a sus descendientes de naciones sin fin de
toda la tierra, comenzando con Israel, por supuesto. Por esta razón,
el Espíritu Santo siempre les manifestó a los siervos de nuestro Padre
celestial que nadie impuro podría jamás no solamente presentarse
delante su presencia santa en la tierra o en el paraíso, sino que
tampoco podría entrar a La Nueva Jerusalén gloriosa del cielo; ésta es
una tierra infinitamente sagrada, jamás conocida ni menos tocada por
Satanás.
De un modo u otro, nada sucio jamás entrara en esta ciudad celestial
de nuestro Padre celestial y de su árbol de la vida eterna para
siempre, sólo los que aman a nuestro Padre celestial en el Espíritu
Santo de Sus Diez Mandatos gloriosos, infinitamente honrados y
exaltados en la vida bendita de su Hijo amado, ¡nuestro Señor
Jesucristo! Es más, en ésta ciudad celestial del más allá, Satanás
desearía entrar en ella y así también cada uno de sus ángeles caídos y
hasta los malvados y mentirosos de siempre de toda la tierra, pero no
podrá entrar en ella jamás; porque nada sucio la podrá tocar, ni menos
contaminar, para siempre.
Es decir, que Satanás ni ninguna de sus mentiras jamás ha entrado en
ella, desde el día de su creación, millones de años atrás, y hasta
nuestros días: no obstante, sólo los que aman a nuestro Padre
celestial, por medio de su Hijo amado, entraran en ella por fin, para
encontrarse con su verdadera vida celestial, por vez primera. Por eso,
nuestro Padre celestial desea que comamos y bebamos de su fruto de
vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, para que nuestra carne ya no
sea la carne rebelde a Jesucristo de Adán y Eva, y que bebamos siempre
de la sangre bendita de la copa de vida eterna también, porque es
verdadera bebida para no tener sed jamás.
Y, además, para que nuestra vida, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu de vida y de salud eterna de su sangre viviente, ya no sea la
de Satanás en la que nacimos en el mundo, sino la de su Hijo
Jesucristo, el árbol vivo de Los Diez Mandamientos infinitamente
glorificados, en la que volvimos a nacer—pero esta vez—en el paraíso.
Porque así como nuestro Señor Jesucristo tuvo que nacer como el Rey
Mesías, o el Hijo de David, por los poderes sobrenaturales del
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos del vientre virgen de la hija
de David; así pues también cada uno de nosotros.
Y esto es comenzando con Adán y Eva clavados con el cuerpo santísimo
del Cordero Escogido de Dios sobre los palos antiguos sobre la cima de
la roca eterna, en las fueras de Jerusalén, para volver a nacer aún
muertos ya por muchos años atrás: pero esta vez renacieron sólo por
los poderes sobrenaturales del Espíritu cumplido de la Ley viviente. Y
ésta es una vida sumamente gloriosa y, a la vez, llena del Espíritu
Santo del cumplimiento honrado y sumamente glorificado de Los Diez
Mandamientos en la vida santísima de nuestro Señor Jesucristo y así
también de Adán y de cada uno de sus retoños, comenzando con Eva, su
esposa, por ejemplo, para vivir por fin la grandiosa vida eterna del
cielo.
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su Jesucristo
es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y
honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el
cielo, también, para siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche,
(Deuteronomio 27: 15-26):
“‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de
fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley
perfecta de nuestro Padre celestial), y la tenga en un lugar secreto!’
Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y
todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su
prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo
dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de
la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque
descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo
el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija
de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá:
‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su
semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa
alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por
obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad
perfecta del Padre celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto
tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine,
cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos
con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre
las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a
la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está
aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en
Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los
males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible
de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en
la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo
reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en
día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus
ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada
palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición
terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada
majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con
todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y
de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las
naciones!
SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”.
SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios,
porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”.
CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será
sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el
forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová
hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y
lo santificó”.
QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”.
SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”.
SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”.
OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”.
NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo”.
DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin más demora alguna, por amor a la Ley santa de
Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú
no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los
tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días
de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy.
Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que
sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada
una de sus muchas familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu
reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos
metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”.
Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.
Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL
SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de una
nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El
ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en
un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema
autoridad. Habla de Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de
Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su
palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en
gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata
a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con
frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para
que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es
la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan
tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y
de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa
de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra:
imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que
respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso!
Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de
todo corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor
al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y
como siempre, para la eternidad.
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